lunes, 16 de abril de 2012

La cenicienta -Hermanos Grimm (primera parte)



La esposa de un hombre rico se enfermó y cuando sintió que su fin estaba cerca, llamó a su única hija junto a su lecho de muerte y le dijo: "querida hija, debo irme, pero cuidaré de ti desde el cielo. Te ayudaré cuando me necesites. Solo mantente piadosa y buena". Cuando dijo esto, cerró los ojos y murió. La niña iba a la tumba de su madre todos los días, y se mantuvo buena y pía. Llegó el invierno y la tumba se puso blanca de nieve; para cuando la primavera derritió la nieve, el hombre rico ya se había casado con otra mujer. Ella trajo dos hijas a la casa, junto con ella. Eran lindas, con lindas caras, pero malvadas y de corazón sombrío.

Los tiempos se pusieron muy malos para la pobre hijastra. Qué hace esta inútil en el mejor cuarto de la casa, dijo la madrastra, que se vaya a la cocina. Y si quiere comer, tiene que ganárselo, que sea nuestra sirvienta. Le quitaron sus bonitos ropas y le dieron a cambio un viejo vestido gris y unos zapatos de madera, burlándose de ella, llevándola a la cocina. La pobre niña tuvo que hacer los trabajos más difíciles; tenía que levantarse antes del amanecer, cargar agua de la fuente, hacer el fuego, cocinar y lavar. Para colmo de males, sus hermanastras la ridiculizaban, y mezclaban alverjas con lentejas en las cenizas, y ella tenía que pasar todo el día escogiéndolas. En la noche, cuando estaba cansada, no había cama para ella y tenía que echarse junto a la chimenea, en las cenizas. Porque siempre andaba sucia de polvo y ceniza, la empezaron a llamar Cenicienta.

Un día el padre se iba a ir a la feria del pueblo, y preguntó a las hijastras qué cosa querían que les trajera.
-Lindos vestidos, dijo una
-Joyas y perlas, dijo otra
- ¿Y tú Cenicienta, qué cosa quieres?
- Padre, tráeme la primera ramita que roce tu sombrero a la hora del regreso.

Así, el padre compró lindos vestidos, perlas y joyas para sus hijastras. En el camino de regreso a casa, mientras cabalgaba por una quebrada, una rama de avellano le rozó la cabeza, echando a volar su sombrero. Entonces rompió la rama y la llevó con él a casa. Dio los regalos a las hijastras, y a Cenicienta le dio la ramita cortada. Cenicienta le agradeció, y fue a la tumba de su madre. Ahí plantó la ramita, y lloró tanto que sus lágrimas cayeron sobre ella y la regaron. La ramita creció y se convirtió en un bello árbol. Cenicienta iba a su árbol tres veces al día, para llorar y rezar. Una paloma blanca se paraba cada vez en el árbol, y cada vez que Cenicienta pedía un deseo, la paloma le alcanzaba lo que ella había pedido.

Entonces, por esos tiempos, sucedió que el rey anunció una gran fiesta de tres días, con baile, donde el príncipe escogería una novia entre todas las chicas que fuesen invitadas. Cuando las dos hermanastras escucharon que ellas habían sido invitadas, se alegraron mucho.
Llamaron a Cenicienta y le ordenaron:
-Cenicienta, péinanos. Lústranos los zapatos y ponnos cintas en el pelo. Nos vamos al baile en el palacio del rey.
Cenicienta obedeció, pero llorando, porque ella también quería ir a la fiesta. Le rogó a la madrastra que le diera permiso para ir.
- ¿Tú, Cenicienta? dijo la madrastra. ¿Tú? Toda sucia y cubierta de polvo, ¿tú quieres ir al baile? No tienes ni zapatos ni vestido, y así todavía quieres bailar!
Ya que Cenicienta seguía insistiendo, la madrastra le dijo: -He esparcido una vasija de lentejas entre las cenizas para ti. Si las puedes recoger en dos horas, puedes ir con nosotras.
La muchacha fue al patio y llamó: Palomas, palomitas, todos ustedes pajaritos que vuelan bajo el cielo, vengan y ayúdenme!
Las buenas a la olla, las malas al fogón.
Dos palomitas blancas entraron por la ventana de la cocina, y las palomas torcazas, y las cuculís y todos los pajaritos del cielo entraron chillando y picoteando entre las cenizas. Movían sus cabezas y picaban, picaban, picaban. Todas las aves empezaron a picar, picar, picar. Pusieron todas las buenas lentejas en la olla. No se les escapó ni una. La muchacha llevó la olla donde la madrastra, y estaba feliz, pensando que ahora le permitirían ir al baile. Pero la madrastra dijo: -No Cenicienta, no tienes ropa, y no sabes bailar. Todos se van a reír de ti. Cenicienta empezó a llorar, y cuando la madrastra dijo: puedes ir si eres capaz de recoger dos tazones de lentejas de entre la ceniza para mí, en una hora.- La madrastra pensaba que Cenicienta nunca podría hacerlo.
La muchacha fue otra vez al patio y llamó: ¡Palomas, palomitas, todos ustedes pajaritos que vuelan bajo el cielo, vengan y ayúdenme! Las buenas a la olla, las malas al fogón.

Dos palomitas blancas entraron por la ventana de la cocina, y las palomas torcazas, y las cuculís y todos los pajaritos del cielo entraron chillando y picoteando entre las cenizas. Movían sus cabezas y picaban, picaban, picaban. Todas las aves empezaron a picar, picar, picar. Pusieron todas las buenas lentejas en la olla. No se les escapó ni una.
La muchacha llevó la olla donde la madrastra, y estaba feliz, pensando que ahora sí le permitirían ir al baile. Pero la madrastra dijo:
- De ninguna manera. No vas con nosotras, porque no tienes vestidos y porque no sabes bailar. ¡Nos llenarías de vergüenza!
Al decir esto, le dio la espalda a Cenicienta y partió con las dos altaneras hermanastras al baile.
En ese momento, cuando no había nadie más en la casa, Cenicienta fue hacia la tumba de su madre, bajo el gran avellano, y llamó:
menéate, sacúdete
arbolito de avellano
dame oro dame plata
meneate por mí

Entonces la paloma le arrojó un vestido de oro y plata, y unos lindos zapatos de seda y plata. Rápidamente Cenicienta se puso el vestido y partió al baile. Sus hermanastras y la madrastra no la reconocieron. Pensaron que era una princesa extranjera, porque se veía tan bonita en su vestido dorado. Nunca se iban a imaginar que era Cenicienta, porque pensaban que ella estaba envuelta en el polvo de la casa, buscando lentejas entre la ceniza de la chimenea. El príncipe se le acercó, la tomó de la mano y bailó con ella. Después no quiso bailar con ninguna otra. Nunca le soltó la mano, y si alguien venía a pedirle a Cenicienta para bailar con ella, el contestaba: es mi pareja de baile.

Bailaron hasta muy tarde, y Cenicienta quiso volver a casa. Pero el príncipe le dijo: “iré contigo, yo te acompañaré”, porque quería ver donde vivía la linda chica. Sin embargo, ella se escabulló y se escondió en el palomar. El príncipe esperó hasta que llegó el padre, y le contó que la chica desconocida había saltado dentro del palomar. El viejo pensó, ¿se tratará de Cenicienta? Hizo que trajeran un hacha y derribó el palomar, pero no había nadie adentro. Cuando entraron a la casa, Cenicienta estaba echada en las cenizas, vestida con sus viejas ropas. Un lamparín ardía en la habitación. Cenicienta había saltado rápidamente del palomar y había corrido al avellano. Ahí se sacó el lindo vestido y lo dejó sobre la tumba, y las aves se lo llevaron otra vez. Se vistió con su camisón gris y regresó a sus cenizas en la cocina.

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